El canto de un gallo en el valle de la muerte

Estimados amigos y familiares,

El sábado por la tarde el Padre Rick Frechette, Raphael, Gerald, Emile, Katil, Cesar y yo tratamos de llegar a Dame Marie y Abricot por tierra. A pesar de no saber lo que encontraríamos y si podríamos acceder al lugar, después de haber visto la devastación desde el aire, era imprescindible realizar este viaje para llevar comida y agua tan pronto como fuera posible. Las comunicaciones por tierra son todavía inaccesibles, y no se sabe muy bien cuándo van a ser restablecidas.

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Como ya saben, el huracán destruyó casas y miles de acres de exuberante vegetación y cultivo. Aunque normalmente el viaje desde Puerto Príncipe a Dame Maríe por tierra dura 7 u 8 horas, en estas circunstancias tardamos 18 horas! La razón es porque el camino estaba lleno de árboles, lodo, rocas y escombros, y literalmente tuvimos que abrir el camino que hemos recorrido a través de la mitad de la noche, con la asistencia de la Protección Civil. Incluso los puentes habían sido derribados, y tuvimos que atravesar los ríos a través de puentes provisionales que construimos con rocas, con las manos desnudas.
Todo esto se hizo en medio de la noche, sin más iluminación que las luces de nuestros coches y linternas. Como trabajaron nuestros hombres! Es realmente increíble lo que hicieron!

A pesar de que ya había amanecido, apenas se veía nada debido a la niebla. A medida que mirábamos a nuestro alrededor, teníamos la sensación de estar como en una guerra o una escena de una película de terror, con los árboles muertos y los campos cubiertos en la niebla. Daba miedo. El único sonido que apenas podíamos oír de vez en cuando era el canto de un gallo en la distancia. El canto del gallo me recordó al Evangelio de la Pasión cuando despertó la conciencia de Pedro tras su negación a Jesús, y cómo ante un desastre como éste nuestra conciencia no puede permanecer dormida.

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Delante de tal devastación, la pregunta clásica es “¿Dónde está Dios?” Probablemente está misma pregunta se hizo Pedro cuando vio que arrestaban y condenaban a muerte a Jesús. Es fácil delante de tales tragedias encontrar refugio en la respuesta de que Dios no estaba allí. Pero en realidad Dios está frente a nosotros, mirándonos a los ojos y preguntándonos “¿Dónde estás tú?

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Un periodista que ha hablado hoy conmigo me ha dicho que durante la entrevista he transmitido esperanza. Y mi respuesta fue: “¿Cómo puedo estar desesperado yo cuando otras personas lo han perdido todo?” Incluso, ante la pregunta: “¿Cómo está usted?” Mi respuesta ha sido: “Estoy bien gracias a Dios. He perdido mi casa, pero estoy vivo, gracias a Dios“.

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Creo que probablemente el tema de la falta de Dios y la desesperación nos pertenece más a nosotros que a aquellos que tienen que luchar en el día a día para sobrevivir.

De hecho, durante el viaje, conocimos a gente errante que caminaba a través de pequeños pueblos en lo alto de la montaña, pueblos completamente arrasados. Fue sorprendente ver cómo trataban de volver a su vida ordinaria, recuperando las láminas de hierro que perdieron los tejados de sus casas, enderezándolas y clavándolas de nuevo en sus techos. Cuando le preguntamos ¿cómo estás? a una señora que camina con diligencia con unos trozos de coco en las manos, respondió con cortesía y dignidad: “he perdido mi casa. Perdí a mi marido. Pero no tengo tiempo para llorar porque tengo que dar de comer a mi hijo.

Al viajar hacia Dame Marie, los vecinos colaboraron en abrirnos el camino, y ayudaron con sus machetes a cortar árboles para dejar espacio para que nuestros coches pudieran pasar. Entre ellos un hombre muy mayor, que, ante mi pregunta de si alguna vez había visto algo parecido, respondió: “He visto muchos huracanes, pero ninguno como este desde el 11 de octubre de 1954.

Para entrar en Dame Marie tuvimos que cruzar un último río, lo cual no fue nada fácil porque era muy amplio. Raphael y Cesar iban con los pies descalzos delante de nosotros con el fin de conocer la profundidad del río, y permitirnos pasar con mayor seguridad detrás de ellos.

Una vez en Dame Marie, fuimos de nuevo a visitar a la gente, para comprobar el estado de nuestras escuelas y para supervisar la distribución de los equipos de emergencia que les habíamos mandado un par de días antes a través del helicóptero. Todo estaba distribuido según lo previsto.

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Mientras caminábamos por las calles, se oía el ruido de las láminas de hierro que recogían y arrastraban las personas que nos íbamos encontrando a través de los caminos. Pensé en que el sonido del viento durante el huracán debía haber sido similar. Pero ahora no se trataba de un sonido de destrucción, sino de reconstitución.

Antes del mediodía queríamos llegar a la escuela que tenemos en Abricot, pero no se podía acceder por tierra. Así que, tal como hicimos otras veces en el pasado, decidimos ir en barco. Sólo sobrevivieron dos barcos en toda la ciudad, y pagamos para que nos llevara uno de los barcos. A pesar de encontrarnos con un mar agitado, tuvimos la suerte de poder llegar. Las otras veces que he estado en este lugar, siempre contemplaba la belleza del mar y del sol, con orillas verdes llenos de cocoteros y pescadores en barcos de vela hechos de troncos de árboles. Ahora en el mar sólo estábamos nosotros y las orillas estaban vacías. Los pueblos de pescadores fueron totalmente arrasados y no había ninguna de las hermosas palmeras en las orillas. Todo estaba ahora estéril, vacío y seco.

Una vez llegamos a La Serengue, el Padre Rick y los demás subieron encima de la colina para ver el estado de nuestra escuela, mientras que el resto estuvimos abajo con la gente del pueblo de pescadores. Hablando con la gente, observamos que hasta ahora habían sobrevivido con el agua de coco, con el propio coco y con la carne de los animales muertos. Lamentablemente perdieron todos sus animales. Cuando les dije, “Tenéis el mar, ¿por qué no salís a pescar?” Ellos dijeron: Nosotros, hemos perdido nuestros barcos y nuestra red de pesca, no podemos pescar“.

Mientras hablaba con ellos para ver los pasos que teníamos que seguir en el futuro inmediato, un chico un poco excéntrico vino a mí con dos cocos que me ofreció para comer y beber. Acepté uno, y uno di el otro a él. A continuación, una mujer me ofreció tres piedras de colores: una roja, una negra y otra verde que por lo general son utilizadas por la gente de allí para hacer collares. Había mucha solidaridad y ganas de compartir entre ellos y conmigo.

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La necesidad inmediata es garantizar la comida y el agua. Mientras estaba hablando con ellos bajo el sol caliente, busqué un poco de sombra que ya no existe. Entonces, me di cuenta de la gente no puede vivir sin un techo que les resguarde del sol, ni tampoco sin la sombra de los árboles, porque están en riesgo de morir deshidratados. Es como si de repente les dejan en el desierto sin preparación.

Los próximos pasos incluyen también darles medios para criar ganado, cultivar la tierra y pescar. Si esto no les llega, la próxima ola de la catástrofe humanitaria comprenderá el desplazamiento y la crisis de nuevos refugiados.

Antes de regresar, volví a escuchar el canto del gallo, probablemente el único gallo que sobrevivió. Y pensé: al igual que el gallo, en nuestro entorno de destrucción y muerte, a mi me corresponde cantar para despertarles y concienciarles de ayudar a los hermanos y hermanas más pobres.

Enzo Del Brocco
Fundación St. Luke (NPH Haití)
Misión Haití Pasionista, Our Mother of Sorrows

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